Es la 1:40 de la madrugada y acabo
de llegar del paseo con mi perra, una labradora chocolate que no es para
nada amable ni con los perros ni con los humanos a los que no les cae en
gracia. Mientras caminábamos reflexionaba sobre mi vocación y el misterio que
esta envuelve y en especial sobre el sentido que ella tiene para la humanidad.
Me generaba muchas preguntas cada una de ellas
impresas por dudas o quizás temores, otras en cambio ansiosas y llenas de
recuerdos de mi vida, de la personas a la que ame (carnalmente hablando)
otras preguntas me referían a mis amigos, conocidos, personas con las que interactuó…
De repente y como si se tratara del momento más íntimo
en el que me puedo encontrar, mi mente se silencia y mis ojos, oídos y podría decir
tacto se agudizan y comienzo a insertarme en el silencio más profundo que nunca
he estado, en medio de esta selva de cemento, comienzo a experimentar como cada
palpitar de mi corazón se hace concierto con el ruido que viene de afuera, el
frio que invade la ciudad a esta hora, la soledad de sus calles y el tierno
aleteo de los murciélagos mientras devoran un palo de pomas que tiene mi
vecino.
Mientras este tierno concierto de silencios se hace
tierna armonía en mí, comienzo a ir lentamente redescubriendo la tierna llamada
de un buen Dios que agudiza mis sentidos para hacerme experimentar su compañía y
el deseo por el cual me condujo a la soledad.
Es impresionante ver como Dios nos habla en medio de
la cotidianidad, en medio de nuestras acciones diarias, en momentos pasamos tan
preocupados, ansiosos, distraídos que no podemos percibir esa tierna voz de
Dios que nos habla en una flor, en la tierna caricia del novio a su enamorada,
en el paso agitado del deportista, en la velocidad del carro, en la luz de una lámpara,
en el sonido de la música del bar, en la mirada del pobre, del policía, en los
saltos juguetones de los perros, en cada una de estas cosas podemos escuchar a
ese Dios que nos llama día a día.
Vamos tan agitados, tan perturbados en nuestro
diario vivir que prestamos más atención a esas ansiedades que encerramos en
nosotros mismos que no descubrimos que quizás el Señor ya nos están dando las
respuestas en medio de esta soledad que nos conduce al más tierno y profundo
silencio en medio de nuestra ciudad.
Muchos huyen al campo, a las montañas para vivir el
silencio contemplativo, yo por mi parte lo descubro aquí en medio de la bulla
de la ciudad, en medio de los gritos, de los carros, de esta selva de cemento
que nos enseña a valorar que no se trata de ir a buscar a Dios, se trata de que
el ya nos encontró.
Termino esto a las 2:00 de la mañana y solo queda
decirte querido amigo lector que vale la pena, sinceramente, adentrarnos en la
soledad y el silencio que podemos encontrar en medio de la ciudad porque en
ellos sí que nos interpela Dios con fuerza.
Amo al Señor, porque a pesar de mi pecado y
debilidad, me ha regalado el misterio de esta vocación.
Alabados Sean
Jesús y María
Hno. W.A.C.R.
Ermitaño