domingo, 26 de febrero de 2017

BIENVENIDO A DESIERTO EN LA CIUDAD

Querido amigo que alegría poder saludarte en este día:

 Estamos insertados en un mundo tecnológico y virtual que nos esta exigiendo cada día dar mas y mas de la novedad del evangelio. Por tal motivo he decidido crear este espacio en donde poder compartirte la experiencia de un ermitaño urbano que no tiene nada mas que sus propios defectos puestos de cara al Señor pero que seguramente desde su nada y pequeñez puede iluminar tu vida para optar y seguir mas radicalmente a aquel que nos ama hasta el extremo.

Por eso quiero que te sientes tranquilo y que disfrutes cada momento que iremos compartiendo, en primer lugar la oración porque desde ya quiero que sepas que estaré rezando por ti y por tus necesidades, en segundo lugar las reflexiones humildes y sencillas que pueda ir aportando a este espacio que te repito no es mio sino del buen Dios que con su infinito amor quiere demostrarle al mundo lo mucho que nos ama.

Este sera un espacio en donde los juzgamientos o los razonamientos ideológicos tienen que ser iluminados desde el amor y la misericordia de Dios pues: ¿Quienes somos nosotros para juzgar al otro? ¿acaso tu que estas leyendo estas lineas no eres pecador también?

Yo quiero contarte que muchas veces he caído en los pecados mas miserables que puedan existir, el miedo, la soledad, la fatiga y muchas otras cosas mas me han llevado a cometer crímenes contra la gracia de Dios que quiere actuar en mi... muchas veces me pregunto: ¿Porque el Señor no escoge a alguien mas preparado, mas santo, mas bueno, menos imperfecto? y créeme la respuesta no tarda en llegar: Porque es precisamente por tu pecado y tu miseria que yo te he llamado!!!

Y es que querido lector es precisamente ese el primer requisito para que Dios fije su mirada en ti... QUE ERES UN PECADOR.

Por tal motivo este espacio no pretende nunca ser juez de tus comportamientos y de tus conductas, mucho menos busca ser una guillotina que te corte las alas de libertad que el mismo Señor en su infinito amor te ha regalado. No! por el contrario aquí quiero enamorarte de Jesús del amor de tu vida, del fundamento de la felicidad, de la mayor paz posible que se puede encontrar en medio de este caos en el que vivimos... Si! amigo lector existe un refugio donde puedes amar, donde puedes desplegar tu identidad, donde puedes lavar tus vestidos manchados por el pecado, donde puedes sonreír, donde puedes experimentar la verdadera libertad y ese lugar tiene un nombre y se llama JESÚS.

No me queda mas que darte la bienvenida a este lugar a este espacio en donde no seré yo quien hable a tu corazón sera Él, el mismo quien nos conduce a ti y a mi al desierto de nuestra alma para moldear y sanar nuestra vida.

Alabados sean Jesús y María
En Cristo Jesús y Santa María 
Hno. W.A.C.R.
Ermitaño

jueves, 19 de enero de 2017

Vida de San Antonio Decimo Capitulo

PERSEVERANCIA Y VIGILANCIA

"Con estos pensamientos cada uno debe convencerse que
no hay que descuidarse sino considerar que se es servidor del Señor y atado al
servicio de su Maestro. Pero un sirviente no se va atrever a decir: "Ya
que trabajé ayer, no voy a trabajar hoy". Tampoco se va a poner a calcular
el tiempo que se ya ha servido y a descansar durante los día que le quedan por
delante; no, día tras día, como está escrito en el Evangelio (Lc 12,35-38;
17,7-10; Mt 24,45), muestra la misma buena voluntad para que pueda agradar a su
patrón y no causar ninguna molestia. Perseveremos, pues, en la práctica diaria
de la vida ascética, sabiendo de que si somos negligentes un solo día, El no
nos va a perdonar en consideración al tiempo anterior, sino que se va a enojar
con nosotros por nuestro descuido. Así lo hemos escuchado en Ezequiel (Ez
18,24.26; 33,12ss); lo mismo Judas, que en una sola noche destruyó el trabajo
de todo su pasado.

Por eso, hijos, perseveremos en la práctica del ascetismo y
no nos desalentemos. También tenemos en esto al Señor que nos ayuda, según la
Escritura: "Dios coopera para el bien" (Rm 8,28) con todo el que
elige el bien. Y en cuanto a que no debemos descuidarnos, es bueno meditar lo
que dice el apóstol: "muero cada día" (1 Co 15,31). Realmente si
nosotros también viviéramos como si en cada nuevo día fuéramos a morir, no
pecaríamos. En cuanto a la cita, su sentido es este: Cuando nos despertamos
cada día, deberíamos pensar que no vamos a vivir hasta la tarde; y de nuevo,
cuando nos vamos a dormir, deberíamos pensar que no vamos a despertar. Nuestra vida
es insegura por naturaleza y nos es medida diariamente por Providencia. Si con
esta disposición vivimos nuestra vida diaria, no cometeremos pecado, no
codiciaremos nada, no tendremos inquina a nadie, no acumularemos tesoros en la
tierra; sino que como quien cada día espera morirse, seremos pobres y
perdonaremos todo a todos. Desear mujeres u otros placeres sucios, tampoco
tendremos semejantes deseos sino que le volveremos las espaldas como a algo
transitorio combatiendo siempre y teniendo ante nuestros ojos el día del
juicio. El mayor temor a juicio y el desasosiego por los tormentos, disipan
invariablemente la fascinación del placer y fortalecen el ánimo vacilante.

Vida de San Antonio Noveno Capitulo

CONFERENCIA DE ANTONIO A LOS MONJES SOBRE EL DISCERNIMIENTO
DE ESPIRÍTUS Y EXHORTACIÓN A LA VIRTUD (16-43)

Un día en que él salió, vinieron todos los monjes y le
pidieron una conferencia. El les habló en lengua copta como sigue:

"Las Escrituras bastan realmente para nuestra
instrucción. Sin embargo, es bueno para nosotros alentarnos unos a otros en la
fe y usar de la palabra para estimularnos. Sean, por eso, como niños y
tráiganle a su padre lo que sepan y díganselo, tal como yo, siendo el mas
antiguo, comparto con ustedes mi conocimiento y mi experiencia.

Para comenzar, tengamos todos el mismo celo, para no
renunciar a lo que hemos comenzado, para no perder el ánimo, para no decir:
"Hemos pasado demasiado tiempo en esta vida ascética". No, comenzando
de nuevo cada día, aumentemos nuestro celo. Toda la vida del hombre es muy
breve comparada con el tiempo que a de venir, de modo que todo nuestro tiempo
es nada comparada con la vida eterna. En el mundo, todo se vende; y cada cosa
se comercia según su valor por algo equivalente; pero la promesa de la vida
eterna puede comprarse con muy poco. La Escritura dice: "Aunque uno viva
setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga
inútil" (Sal 89,10). Si, pues, todos vivimos ochenta años o incluso cien,
en la práctica de la vida ascética, no vamos a reinar el mismo período de cien
años, sino que en vez de los cien reinaremos para siempre. Y aunque nuestro
esfuerzo es en la tierra, no recibiremos nuestra herencia en la tierra sino lo
que se nos ha prometido en el cielo. Más, aún, vamos a abandonar nuestro cuerpo
corruptible y a recibirlo incorruptible (1 Co 15,42).

Así, hijitos, no nos cansemos ni pensemos que estamos
afanándonos mucho tiempo o que estamos haciendo algo grande. Pues los
sufrimientos de la vida presente no pueden compararse con la gloria separada
que nos ser revelada (Rm 8,18). No miremos hacia a través, hacia el mundo, que
hemos renunciado a grandes cosas. Pues incluso todo el mundo, y no creamos que
es muy trivial comparado con el cielo. Aunque fuéramos dueños de toda la tierra
y renunciaremos a toda la tierra, nada sería comparado con el reino de los
cielos. Tal como una persona despreciaría una moneda de cobre para ganar cien
monedas de oro, así es que el dueño de la tierra y renuncia a ella, da
realmente poco y recibe cien veces más (Mt 19,29). Pues, ni siquiera, toda la
tierra equivale el valor del cielo, ciertamente el que entrega una poca tierra
no debe jactarse ni apenarse; lo que abandona es prácticamente nada, aunque sea
un hogar o una suma considerable de dinero de lo que se separa.

"Debemos además tener en cuenta que si no dejamos estas
cosas por el amor a la virtud, después tendremos que abandonarlas de todos
modos y a menudo también, como nos recuerda el Eclesiastés" (2,18; 4,8;
6,2), a personas a las que no hubiéramos querido dejarlas. Entonces, ¿por qué
no hacer de la necesidad virtud y entregarlas de modo que podamos heredar un
reino por añadidura? Por eso, ninguno de nosotros tenga ni siquiera el deseo de
poseer riquezas. ¿De qué nos sirve poseer lo que no podemos llevar con
nosotros? ¿Por qué no poseer mas bien aquellas cosas que podamos llevar con
nosotros: prudencia, justicia, templanza, fortaleza, entendimiento, caridad,
amor a los pobres, fe en Cristo, humildad, hospitalidad? Una vez que las
poseamos, hallaremos que ellas van delante de nosotros, preparándonos la
bienvenida en la tierra de los mansos. (Lc 16,9; Mt 5,4)

Vida de San Antonio Octavo Capitulo

2ª Parte
ANTONIO ABANDONA SU SOLEDAD Y SE CONVIERTE EN PADRE
ESPIRITUAL

Así pasó casi veinte años practicando solo la vida ascética,
no saliendo nunca y siendo raramente visto por otros. Después de esto, como
había muchos que ansiaban y aspiraban imitar su santa vida, y algunos de sus
amigos vinieron y forzaron la puerta echándolas abajo, Antonio salió como de un
santuario, como un iniciado en los sagrados misterios y lleno del Espíritu de
Dios. Fue la primera vez que se mostró fuera del fortín a los que vinieron
hacia él. Cuando lo vieron, estaban asombrados al comprobar que su cuerpo
guardaba su antigua apariencia: no estaba ni obeso por falta de ejercicio ni
macilento por sus ayunos y luchas con los demonios: era el mismo hombre que
habían conocido antes de su retiro.

El estado de su alma era puro, pues no estaba ni encogido
por la aflicción, ni disipado por la alegría, ni penetrado por la diversión o
el desaliento. No se desconcertó cuando vio la multitud ni se enorgulleció al
ver a tantos que lo recibían. Se tenía completamente bajo control, como hombre
guiado por la razón y con gran equilibrio de carácter.

Por él sanó a muchos de los presentes que tenían
enfermedades corporales y liberó a otros de espíritus impuros. Concedió también
a Antonio el encanto en el hablar; y así confortó a muchos en sus penas y
reconcilió a otros que se peleaban. Exhortó a todos a no preferir nada en este
mundo al amor de Cristo. Y cuando en su discurso los exhortó a recordar los
bienes venideros y la bondad mostrada a nosotros por Dios, "que no perdonó
a su Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros (Rm 8,32), indujo a muchos a
abrazar la vida monástica. Y así aparecieron celdas monacales en la montaña y
el desierto se pobló de monjes que abandonaban a los suyos y se inscribían para
ser ciudadanos del cielo (Hb 3,20; 12,23).

Una vez tuvo necesidad de cruzar el canal de Arsinoé –la
ocasión fue para una visita a los hermanos–; el canal estaba lleno de
cocodrilos. Simplemente oró, se metió con todo sus compañeros, y pasó al otro
lado sin ser tocado. De vuelta a su celda, se aplicó con todo celo a sus santos
y vigorosos ejercicios. Por medio de constantes conferencias encendía el ardor
de los que ya eran monjes e incitaba a muchos otros al amor de la vida
ascética; y pronto, en la medida en que su mensaje arrastraba a hombres a
través de él, el número de celdas monacales se multiplicaba y para todos era
como un padre y guía.


Vida de San Antonio Septimo Capitulo

ANTONIO BUSCA EL DESIERTO Y HABITA EN PISPIR

Al día siguiente se fue, inspirado por un celo aún mayor por
el servicio de Dios. Fue al encuentro del anciano ya antes mencionado (3-5) y
le rogó que se fuera a vivir con él en el desierto. El otro declinó la
invitación a causa de su edad y porque tal modo de vivir no era todavía
costumbre. Entonces se fue solo a vivir a la montaña. ¡Pero ahí estaba de nuevo
el enemigo!. Viendo su seriedad y queriendo frustarla, proyectó la imagen
ilusoria de un disco de plata sobre el camino. Pero Antonio, penetrando en el
ardid del que odia el bien, se detuvo y, desenmascaró al demonio en él,
diciendo: " ¿Un disco en el desierto? ¿De dónde sale esto?. Esta no es una
carretera frecuentada, y no hay huellas de que haya pasado gente por este
camino. Es de gran tamaño y no puede haberse caído inadvertidamente. En verdad,
aunque se hubiera perdido, el dueño habría vuelto y lo habría buscado, y
seguramente lo habría encontrado porque es una región desierta. Esto es engaño
del demonio. ¡No vas a frustrar mi resolución con estas cosas, demonio! ¡Tu
dinero perezca junto contigo!" (Hch 8,20). Y al decir esto Antonio, el
disco desapareció como humo.

Luego, mientras caminaba, vio de nuevo, no ya otra ilusión,
sino oro verdadero, desparramado a lo largo del camino. Pues bien, ya sea que
al mismo enemigo le llamó la atención, o si fue un buen espíritu el que atrajo
al luchador y le demostró al demonio de que no se preocupabas ni siquiera de
las riquezas auténticas, él mismo no lo indicó, y por eso no sabemos nada sino
que era realmente oro lo que allí había. En cuanto a Antonio, quedó sorprendido
por la cantidad que había, pero atravesó por él, como si hubiera sido fuego y
siguió su camino sin volverse atrás. Al contrario, se puso a correr tan rápido
que al poco rato perdió de vista el lugar y quedó oculto de él.

Así, afirmándose más y más en su propósito, se apresuro
hacia la montaña. En la parte distante del río encontró un fortín desierto que
con el correr del tiempo estaba plagado de reptiles. Allí se estableció para
vivir. Los reptiles como si alguien los hubiera echado, se fueron de repente.
Bloqueó la entrada, después de enterrar pan para seis meses –así lo hacen los
tebanos y a menudo los panes se mantienen frescos por todo un año–, y teniendo
agua a mano, desapareció como en un santuario. Quedó allí solo, no saliendo
nunca y no viendo pasar a nadie. Por mucho tiempo perseveró en esta práctica
ascética; solo dos veces al año recibía pan, que lo dejaba caer por el techo.

Sus amigos que venían a verlo, pasaban a menudo días y
noches fuera, puesto que no quería dejarlos entrar. Oían que sonaba como una multitud
frenética, haciendo ruidos, armando tumulto, gimiendo lastimeramente y
chillando: "¡Ándate de nuestro dominio! ¿Que tienes que hacer en el
desierto? Tú no puedes soportar nuestra persecución". Al principio los que
estaban afuera creían que había hombres peleando con él y que habrían entrado
por medio de escaleras, pero cuando atisbaron por un hoyo y no vieron a nadie,
se dieron cuenta que eran los demonios los que estaban en el asunto, y, llenos
de miedo, llamaron a Antonio. El estaba más inquieto por ellos que por los
demonios. Acercándose a la puerta les aconsejó que se fueran y no tuvieran
miedo. Les dijo: "Sólo contra los miedosos los demonios conjuran
fantasmas. Ustedes ahora hagan la señal de la cruz y vuélvanse a su casa sin
temor, y déjenlos que se enloquezcan ellos mismos".

Entonces se fueron, fortalecidos con la señal de la cruz,
mientras él se quedaba sin sufrir ningún daño de los demonios. Pero tampoco se
fastidiaba de la contienda, porque la ayuda que recibía de lo alto por medio de
visiones y la debilidad de sus enemigos, le daban gran alivio en sus
penalidades y ánimo para un mayor entusiasmo. Sus amigos venían una y otra vez
esperando, por supuesto, encontrarlo muerto, pero lo escuchaban cantar:
"Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos, huyen de su presencia los
que lo odian. Como el humo se disipa, se disipan ellos; como se derrite las
cera ante el fuego, así perecen los impíos ante Dios" (Sal 67,2). Y
también: "Todos los pueblos me rodeaban, en el nombre del Señor los
rechacé" (Sal 117,10).

Vida de San Antonio Sexto Capitulo

ANTONIO SE RECLUYE EN LOS SEPULCROS: LAS LUCHAS CON LOS
DEMONIOS

Así Antonio se dominó a sí mismo. Entonces decidió mudarse a
los sepulcros que se hallan a cierta distancia de la aldea. Pidió a uno de sus
familiares que le llevaran pan a largos intervalos. Entró entonces en una de
las tumbas, el mencionado hombre cerró la puerta tras él, y así quedó dentro
solo. Esto era más de lo que el enemigo podía soportar, pues en verdad temía
que ahora fuera a llenar también el desierto con la vida ascética. Así llegó
una noche con un gran número de demonios y lo azotó tan implacablemente que
quedó tirado en el suelo, sin habla por el dolor. Afirmaba que el dolor era tan
fuerte que los golpes no podían haber sido infligidos por ningún hombre como
para causar semejante tormento. Por la providencia de Dios, porque el Señor no
abandona a los que esperan en El, su pariente llegó al día siguiente trayéndole
pan. Cuando abrió la puerta y lo vio tirado en el suelo como muerto, lo levantó
y lo llevó hasta la Iglesia y lo depositó sobre el suelo. Muchos de sus
parientes y de la gente de la aldea se sentaron en torno a Antonio como para
velar su cadáver. Pero hacia la medianoche Antonio recobró el conocimiento y
despertó. Cuando vio que todos estaban dormidos y sólo su amigo estaba
despierto, le hizo señas para que se acercara y le pidió que lo levantara y lo
llevara de nuevo a los sepulcros, sin despertar a nadie.

El hombre lo llevó de vuelta, la puerta fue trancada como
antes y de nuevo que solo dentro. Por los golpes recibidos estaba demasiado
débil como para mantenerse en pie; entonces oraba tendido en el suelo.
Terminada su oración, gritó: "Aquí estoy yo, Antonio, que no me he
acobardado con tus golpes, y aunque mas me des, nada me separar del amor a
Cristo" (Rm 8,35). Entonces comenzó a cantar: "Si un ejército acampa
contra mí, mi corazón no tiembla" (Sal.26,3).

Tales eran los pensamientos y las palabras del asceta, pero
el que odia el bien, el enemigo, asombrado de que después de todos los golpes
todavía tuviera valor de volver, llamó a sus perros, y arrebatado de rabia
dijo: "Ustedes ven que no hemos podido detener a este tipo con el espíritu
de fornicación ni con los golpes; al contrario llega a desafiarnos. Vamos a
proceder con él de otro modo".

La función del malhechor no es difícil para el demonio. Esa
noche, por eso, hicieron tal estrépito que el lugar parecía sacudido por un
terremoto. Era como si los demonios se abrieran paso por las cuatro paredes del
recinto, reventando a través de ellas en forma de bestia y reptiles. De repente
todo el lugar se llenó de imágenes fantasmagóricas de leones, osos, leopardos,
toros, serpientes, áspides, escorpiones y lobos; cada uno se movía según el
ejemplar que había asumido. El león rugía, listo para saltar sobre él; el toro
ya casi lo atravesaba con sus cuernos; la serpiente se retorcía sin alcanzarlo
completamente; el lobo lo acometía de frente; y el griterío armado
simultáneamente por todas estas apariciones era espantoso, y la furia que
mostraba era feroz.

Antonio, remecido y punzado por ellos, sentía aumentar el
dolor en su cuerpo; sin embargo yacía sin miedo y con su espíritu vigilante.
Gemía es verdad, por el dolor que atormentaba su cuerpo, pero su mente era
dueña de la situación, y, como para burlarse de ellos, decía: si tuvieran poder
sobre mí, hubiera bastado que viniera uno solo de ustedes; pero el Señor les
quitó su fuerza, y por eso están tratando de hacerme perder el juicio con su
número; es señal de su debilidad que tengan que imitar a las bestias". De
nuevo tuvo la valentía de decirles: "Si es que pueden, seis que han recibido
el poder sobre mí, no se demoren, ¡vengan al ataque!. Y si nada pueden, ¿para
qué forzarse tanto sin ningún fin? Por que la fe en nuestro Señor es sello para
nosotros y muro de salvación". Así, después de haber intentado muchas
argucias, rechinaron su dientes contra él, porque eran ellos los que se estaban
volviendo locos y no él.

De nuevo el Señor no se olvidó de Antonio en su lucha, sino
que vino a ayudarlo. Pues cuando miró hacia arriba, vio como si el techo se
abriera y un rayo de luz bajara hacia él. Los demonios se habían ido de
repente, el dolor de su cuerpo cesó y el edificio estaba restaurado como antes.
Antonio, habiendo notado que la ayuda había llegado, respiró más libremente y
se sintió aliviado en sus dolores. Y preguntó a la visión: "¿Dónde estaba
tú? ¿Por qué no apareciste al comienzo para detener mis dolores?"

Y una voz le habló: "Antonio, yo estaba aquí, pero
esperaba verte en acción. Y ahora que haz aguantado sin rendirte, seré siempre
tu ayuda y te haré famoso en todas partes."

Oyendo esto, se levantó y oró; y fue tan fortalecido que
sintió su cuerpo más vigoroso que antes. Tenía por aquel tiempo unos treinta y
cinco años edad. 

jueves, 12 de enero de 2017

Vida de San Antonio Abad Quinto Capitulo

ANTONIO AUMENTA SU AUSTERIDAD

Esta fue la primera victoria de Antonio sobre el demonio;
más bien, digamos que este singular éxito de Antonio fue el del Salvador, que
condenó el pecado en la carne, a fin de que la justificación de la ley se cumpliera
en nosotros, que vivimos no según la carne sino según el espíritu (Rm 8,3-4).
Pero Antonio no se descuidó ni se creyó garantido por sí mismo por el hecho de
que el demonio hubiera sido echado a sus pies; tampoco el enemigo, aunque
vencido en el combate, dejó de estar al acecho de él. Andaba dando vueltas
alrededor, como un león (1 P 5,8), buscando una ocasión en su contra. Pero
Antonio habiendo aprendido en las Escrituras que los engaños del maligno son
diversos (Ef 6,11), practicó seriamente la vida ascética, teniendo en cuenta
que aun si no se podía seducir su corazón con el placer del cuerpo, trataría
ciertamente de engañarlo por algún otro método, porque el amor del demonio es
el pecado. Resolvió por eso, acostumbrarse a un modo mas austero de vida.
Mortificó su cuerpo más y más, y lo puso bajo la sujeción, no fuera que
habiendo vencido en una ocasión, perdiera en otra (1 Co 9,27). Muchos se
maravillaron de sus austeridades, pero él mismo las soportaba con facilidad. El
celo que había penetrado en su alma por tanto tiempo, se transformó por la
costumbre segunda naturaleza, de modo que aun la menor inspiración recibida de
otros lo hacía responder con gran entusiasmo. Por ejemplo, observaba las
vigilias nocturnas con tal determinación que a menudo pasaba toda la noche sin
dormir, y eso no sólo una sino muchas veces, para admiración de todos. Así
también comía una sola vez al día, después de la caída del sol; a veces cada
dos días, y con frecuencia tomaba su alimento cada dos días. Su alimentación consistía
en pan y sal; como bebida tomaba solo agua. No necesitamos mencionar carne o
vino, porque tales cosas tampoco se encuentran entre los demás ascetas. Se
contentaba con dormir sobre una estera, aunque lo hacía regularmente sobre el
suelo desnudo.

Despreciaba el uso de ungüentos para el cutis, diciendo que
los jóvenes debían practicar la vida ascética con seriedad y no andar buscando
cosas que ablandan el cuerpo; debían mas bien acostumbrarse a trabajar duro,
tomando en cuenta las palabras del apóstol: Cuando mas débil soy, mas fuerte me
siento (2 Co 12,10). Decía que las energías del alma aumentan cuanto más
débiles son los deseos del cuerpo.

Estaba además absolutamente convencido de lo siguiente:
pensaba que apreciaría su progreso en la virtud y su consecuente apartamiento
del mundo no por el tiempo pasado en ello sino por su apego y dedicación.
Conforme a esto, no se preocupaba del paso del tiempo sino que cada día a día,
como si recién estuviera comenzando la vida ascética, hacía los mayores esfuerzos
hacia la perfección. Gustaba repetirse a si mismo las palabras de san Pablo:
Olvidarme de lo que queda atrás y esforzarme por lo que está delante (Flp
3,13), recordando también la voz del profeta Elías: Vive el Señor, en cuya
presencia estoy este día (1 Re 17,1; 18,15). Observaba que al decir este día,
no estaba contando el tiempo que había pasado, sino que, como comenzando de
nuevo, trabajando duro cada día para hacer de sí mismo alguien que pudiera
aparecer delante de Dios: puro de corazón y dispuesto a seguir Su voluntad. Y
acostumbraba a decir que la vida llevada por el gran profeta Elías debía ser
para el asceta como un gran espejo en el cual poder mirar siempre la propia
vida.

miércoles, 11 de enero de 2017

Vida de San Antonio Abad Cuarto Capitulo

PRIMEROS COMBATES CON LOS DEMONIOS

Pero el demonio que odia y envidia lo bueno, no podía ver tal resolución en un hombre joven, sino que se puso a emplear sus viejas tácticas contra él. Primero trató de hacerlo desertar de la vida ascética recordándole su propiedad, el cuidado de su hermana, los apegos de su parentela, el amor al dinero, el amor a la gloria, los innumerables placeres de la mesa y de todas las cosas agradables de la vida. Finalmente le hizo presente la austeridad de todo lo que va junto con esta virtud, despertó en su mente toda una nube de argumentos, tratando de hacerlo abandonar su firme propósito.

El enemigo vio, sin embargo, que era impotente ante la determinación de Antonio, y que más bien era él que estaba siendo vencido por la firmeza del hombre, derrotado por su sólida fe y su constante oración. Puso entonces toda su confianza en las armas que están "en los músculos de su vientre" (Job 40,16). Jactándose de ellas, pues son su artimaña preferida contra los jóvenes, atacó al joven molestándolo de noche y hostigándolo de día, de tal modo que hasta los que lo veían a Antonio podían darse cuenta de la lucha que se libraba entre los dos. El enemigo quería sugerirle pensamientos sucios, pero el los disipaba con sus oraciones; trataba de incitarlo al placer, pero Antonio, sintiendo vergüenza, ceñía su cuerpo con su fe, con sus oraciones y su ayuno. El perverso demonio entonces se atrevió a disfrazarse de mujer y hacerse pasar por ella en todas sus formas posibles durante la noche, sólo para engañar a Antonio. Pero él llenó sus pensamientos de Cristo, reflexionó sobre la nobleza del alma creada por El, y sobre la espiritualidad, y así apagó el carbón ardiente de la tentación. Y cuando de nuevo el enemigo le sugirió el encanto seductor del placer, Antonio, enfadado, con razón, y apesadumbrado, mantuvo sus propósitos con la amenaza del fuego y del tormento de los gusanos ( Js 16,21; Sir 7,19; Is 66,24; Mc 9,48). Sosteniendo esto en alto como escudo, pasó a través de todo sin ser doblegado.

Toda esa experiencia hizo avergonzarse al enemigo. En verdad, él, que había pensado ser como Dios, hizo el loco ante la resistencia de un hombre. El, que en su engreimiento desdeñaba carne y sangre, fue ahora derrotado por un hombre de carne en su carne. Verdaderamente el Señor trabajaba con este hombre, El que por nosotros tomó carne y dio a su cuerpo la victoria sobre el demonio. Así, todos los que combaten seriamente pueden decir: No yo, sino la gracia de Dios conmigo (1 Co 15,10).

Finalmente, cuando el dragón no pudo conquistar a Antonio tampoco por estos últimos medios sino que se vio arrojado de su corazón, rechinando sus dientes, como dice la Escritura (Mc 9,17), cambio su persona, por decirlo así. Tal como es en su corazón, así se le apreció: como un muchacho negro; y como inclinándose ante él, ya no lo acosó más con pensamientos –pues el impostor había sido echado fuera–, sino que usando voz humana dijo: "A muchos he engañado y a muchos he vencido; pero ahora que te he atacado a ti y a tus esfuerzos como lo hice con tantos otros, me he demostrado demasiado débil".

¿Quién eres tú que me hablas así?, preguntó Antonio.

El otro se apresuró a replicar con voz gimiente: Soy el amante de la fornicación. Mi misión es acechar a la juventud y seducirla; me llaman el espíritu de la fornicación. ¡A cuantos no he engañado, que estaban decididos a cuidar de sus sentidos! ¡A cuántas personas castas no he seducido con mis lisonjas! Yo soy aquel por cuya causa el profeta reprocha a los caídos: Ustedes fueron engañados por el espíritu de la fornicación (Os 4,12). Sí, yo fui quien los hice caer. Yo soy el que tanto te molesté y que tan a menudo fui vencido por C,],LD". Antonio dio gracias al Señor y armándose de valor contra él, dijo: Entonces eres enteramente despreciable; eres negro en tu alma y tan débil como un niño. En adelante ya no me causas ninguna preocupación, porque el señor esta conmigo y me auxilia, ver la derrota de mis adversarios (Sal 117,7).

Oyendo esto, el negro desapareció inmediatamente, inclinándose a tales palabras y temiendo acercarse al hombre.

martes, 10 de enero de 2017

UNA URGENTE NECESIDAD DE CONVERSIÓN PASTORAL Y CONSAGRADA


Para nadie es un misterio la triste realidad por la que está pasando nuestra iglesia, sacerdotes infieles a su ministerio, un decaimiento en las vocaciones sacerdotales y religiosas, un profundo clericalismo que está atropellando la acción del Espíritu Santo, unas doctrinas falsas que está levantándose con fuerza y están queriendo derrocar la sacralidad de nuestra doctrina y quieren imponerle nuevas costumbres. El enfrentamiento de agentes de pastoral por unos celos pastorales absurdos, como nos lo denuncia el Papa Francisco en la Evangelium Gaudium; es como si se nos olvidara que todos somos miembros de una misma familia y que no somos comerciantes de vocaciones sino fuentes porque es por nuestro testimonio de vida que otros se descubren también llamados.

Pero, ¿Por qué vivimos esta triste realidad? ¿Cómo responder ante este desafío que nos esta enfermando y que nos está haciendo perder tiempo valioso? ¿Cuál es mi deber como laico, consagrado, obispo, sacerdote ante esta crisis?

Ante estas preguntas la respuesta es única: NECESITAMOS CONVERSIÓN

Nuestra iglesia, nuestras comunidades religiosas, nuestras parroquias, movimientos, grupos juveniles, todos absolutamente todos los que hacemos parte de esta iglesia necesitamos de una profunda conversión que nos permita encontrarnos plenamente con el Señor Jesús.

DEJAR A UN LADO LA PASTORAL DE LAS “ISLAS”

Un primer paso para esta conversión pastoral y eclesial es descubrir la urgente necesidad que tenemos de contar con el otro, de descubrir en el otro la riqueza del Espíritu que nos ayuda a saborear los carismas y los dones que ha insertado en nuestra iglesia. Es descubrir que el otro también posee unos dones que pueden permitirme encontrarme más plenamente con mi propia vocación y con el Señor Jesús.

Es deplorable ver como en algunos seminarios o comunidades religiosas se están formando a los jóvenes para excluir a aquellos que no hacen parte de nuestra comunidad o seminario, es como si solamente nosotros fuéramos los portadores de la verdad o como si solamente en nuestros seminarios y comunidades fueran dignos o merecedores de vocaciones. Esto genera lo que denuncio como el “aborto vocacional” porque claro, cuando encontramos a alguien que no posee nuestro carisma o que no piensa como nosotros deseamos, lo lastimamos tan profundamente que lo único que logramos es crear en el joven o la joven una aberración por la vida consagrada y quizás destruirle una respuesta por la cual Cristo nos pedirá cuenta después.

La pastoral de la Isla, es aquella pastoral que nos enferma porque vivimos encerrados en nosotros mismos y no nos lanzamos al auténtico encuentro con Cristo y con los demás. Esta pastoral es la que nos hace pensar solo en nosotros o en nuestra comunidad y no nos ayuda a identificar que también estamos llamados a ser los veladores de mi hermano en especial del que se está quedando solo, el enfermo o el desprotegido.

Yo como ermitaño, que vivo solo, constantemente recuerdo que mi opción de vida no es por guardarme o por cuidarme, sino que es un desgaste por los demás, mi vocación es una respuesta al amor que siento por mis hermanos Religiosos, sacerdotes, seminaristas, obispos, cardenales y hasta por el mismo Santo Padre, por quienes ofrezco constantemente mi oración y penitencia.

SALIR EN BUSCA DEL OTRO

Otro movimiento que nos permite vivir esta profunda Metanoia a la que estamos siendo convocados por la Iglesia y por el Mismo Señor Jesús es la apertura que debemos tener en salir a buscar a los demás, salir a convocar y a encontrar, el explorador que sale en búsqueda siempre encuentra algo.

Este movimiento de salida nos invita a dejar de lado esas seguridades enfermizas que no permite que nos contagiemos de la alegría de los demás, que no permite que el espíritu sople con fuerza en nuestras propias realidades, las restaure, las arranque, las reconcilie. Todo lo contrario cuando nos atrincheramos en nuestros seminarios, en nuestros conventos, en nuestras propias y absurdas seguridades no permitimos dar a conocer la alegría de nuestro estilo de vida. Estamos tan equivocados pensando en que esta seguridad de encerrarnos en nosotros mismos puede salvaguardar nuestra vocación o nuestro estilo de vida y lo que estamos percibiendo es todo lo contrario entre más encierro más escándalos.  

La prudencia pastoral que se nos pide es aquella que nos ayuda a insertarnos dentro del mismo mundo y luchar contra la corriente, luchar desde nuestra condición de consagrados, de religiosos y religiosas, de laicos comprometidos, de movimientos apostólicos que se lanzan a la conquista de nuevas fronteras, a conocer la diferencia del mundo y a conocer la diversidad de carismas y aceptarlos, acogerlos y a aprender de ellos.

Salir en busca del otro, no es otra cosa que seguir los pasos de Jesús de nazareth que salía a recorrer, a convocar, a llamar, a sanar, a interpelar, a convencer, a amar…

Un Anacoreta esta llamado también a salir de si mismos, a vivir un profundo arraigo en la oración frente a las realidades y necesidades del mundo actual, no se es un auténtico ermitaño si no tiene un profundo arraigo en las necesidades de las personas que lo buscan para que con su oración interceda por ellos.

DEJARSE INTERPELAR POR LO QUE ENCUENTRA

Para ir terminando, es importante descubrir que estos pasos que vamos siguiendo para nuestra conversión pastoral se deben dejar interpelar por lo que vamos encontrando en el camino, un mundo que reclama con urgencia la figura del consagrado, no solo para alardear el color de un trapo, o la manera en que canto, sino para tocar la carne del pueblo, para ser salud y curar sus enfermedades, para ser padres, hermanos, amigos, educadores.

Debemos dejarnos interpelar por lo que encontramos en nuestros diferentes campos de Misión, pues que Cristo mismo quien esta interpelando nuestra vocación, nuestro carisma, nuestra respuesta.
No podemos caer en el grave riesgo de pensar que porque ya somos Sacerdotes, Obispos, Religiosos, religiosas, seminaristas ya hemos llegando a la plenitud de nuestra propia vocación.

Querido amigo lector, el Señor sigue llamando, el Señor sigue suscitando en nosotros vocaciones, inquietudes, llamadas no seamos ajenos a esto, respondamos con un solicito amor pero pensando no en nosotros sino también en el otro.


 ALABADOS SEAN JESÚS Y MARÍA

Hno. W.A.C.R.
Ermitaño 








Vida de San Antonio Abad Tercer Capitulo

LA VOCACIÓN DE ANTONIO Y SUS PRIMEROS PASOS EN LA VIDA MONÁSTICA

Después de la muerte de sus padres quedó solo con una única hermana, mucho más joven. Tenía entonces unos dieciocho o veinte años, y tomó cuidado de la casa y de su hermana. Menos de seis meses después de la muerte de sus padres, iba, como de costumbre, de camino hacia la iglesia. Mientras caminaba, iba meditando y reflexionaba como los apóstoles lo dejaron todo y siguieron al Salvador (Mt 4,20; 19,27); cómo, según se refiere en los Hechos (4,35-37), la gente vendía lo que tenía y lo ponía a los pies de los apóstoles para su distribución entre los necesitados; y que grande es la esperanza prometida en los cielos a los que obran así (Ef 1,18; Col 1,5). Pensando estas cosas, entró a la iglesia. Sucedió que en ese momento se estaba leyendo el pasaje, y se escuchó el pasaje en el que el Señor dice al joven rico: Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y d selo a los pobres; luego ven, sígueme, y tendrás un tesoro en el cielo (Mt 19,21). Como si Dios le hubiese puesto el recuerdo de los santos y como si la lectura hubiera sido dirigida especialmente a él, Antonio salió inmediatamente de la iglesia y dio la propiedad que tenía de sus antepasados: 80 hectáreas, tierra muy fértil y muy hermosa. No quiso que ni él ni su hermana tuvieran ya nada que ver con ella. Vendió todo lo demás, los bienes muebles que poseía, y entregó a los pobres la considerable suma recibida, dejando sólo un poco para su hermana.

Pero de nuevo, entró en la iglesia, escuchó aquella palabra del Señor en el Evangelio: No se preocupen por el mañana (Mt 6,34). No pudo soportar mayor espera, sino que fue y distribuyó a los pobres también esto último. Colocó a su hermana donde vírgenes conocidas y de confianza, entregándosela para que fuese educada. Entonces él mismo dedico todo su tiempo a la vida ascética, atento a sí mismo, cerca de su propia casa. No existían aún tantas celdas monacales en Egipto, y ningún monje conocía siquiera el lejano desierto. Todo el que quería enfrentarse consigo mismo sirviendo a Cristo, practicaba la vida ascética solo, no lejos de su aldea. Por aquel tiempo había en la aldea vecina un anciano que desde su juventud llevaba la vida ascética en la soledad. Cuando Antonio lo vio, "tuvo celo por el bien" (Gl 4,18), y se estableció inmediatamente en la vecindad de la ciudad. Desde entonces, cuando oía que en alguna parte había un alma que se esforzaba, se iba, como sabia abeja, a buscarla y no volvía sin haberla visto; sólo después de haberla recibido, por decirlo así, provisiones para su jornada de virtud, regresaba.

Ahí, pues, pasó el tiempo de su iniciación y afirmó su determinación de no volver mas a la casa de sus padres ni de pensar en sus parientes, sino de dedicar todas sus inclinaciones y energías a la práctica continua de la vida ascética. Hacía trabajo manual, pues había oído que "el que no quiera trabajar, que tampoco tiene derecho a comer" (2 Ts 3,10). De sus entradas guardaba algo para su manutención y el resto lo daba a los pobres. Oraba constantemente, habiendo aprendido que debemos orar en privado (Mt 6,6) sin cesar (Lc 18,1; 21,36; 1 Ts 5,17). Además estaba tan atento a la lectura de la Escritura, que nada se le escapaba: retenía todo, y así su memoria le serví en lugar de libros.

Así vivía Antonio y era amado por todos. El, a su vez, se sometía con toda sinceridad a los hombres piadosos que visitaba, y se esforzaba en aprender aquello en que cada uno lo aventajaba en celo y práctica ascética. Observaba la bondad de uno, la seriedad de otro en la oración; estudiaba la apacible quietud de uno y la afabilidad de otro; fijaba su atención en las vigilias observadas por uno y en los estudios de otros; admiraba a uno por su paciencia, y a otro por ayunar y dormir en el suelo; miraba la humildad de uno y la abstinencia paciente de otro; y en unos y otros notaba especialmente la devoción a Cristo y el amor que se tenían mutuamente.

Habiéndose así saciado, volvía a su propio lugar de vida ascética. Entonces hacía suyo lo obtenido de cada uno y dedicaba todas sus energías a realizar en sí mismo las virtudes de todos. No tenía disputas con nadie de su edad, pero tampoco quería ser inferior a ellos en lo mejor; y aún esto lo hacía de tal modo que nadie se sentía ofendido, sino que todos se alegraban por él. Y así todos los aldeanos y los monjes con quienes estaba unido, vieron que clase de hombre era y lo llamaban "el amigo de Dios" amándolo como hijo o hermano.

lunes, 9 de enero de 2017

Vida de San Antonio Abad Segundo Capitulo

NACIMIENTO Y JUVENTUD DE ANTONIO

Antonio fue egipcio de nacimiento. Sus padres eran de buen linaje y acomodados. Como eran cristianos, también el mismo creció. Como niño vivió con sus padres, no conociendo sino su familia y su casa; cuando creció y se hizo muchacho y avanzó en edad, no quiso ir a la escuela, deseando evitar la compañía de otros niños, su único deseo era, como dice la Escritura acerca de Jacob (Gn 25,27), llevar una simple vida de hogar. Por su puesto iba a la iglesia con sus padres, y ahí no mostraba el desinterés de un niño ni el desprecio de los jóvenes por tales cosas. Al contrario, obedeciendo a sus padres, ponía atención a las lecturas y guardaba cuidadosamente en su corazón el provecho que extraía de ellas. Además, sin abusar de las fáciles condiciones en que vivía como niño, nunca importunó a sus padres pidiendo una comida rica o caprichosa, ni tenía placer alguno en cosas semejantes. Estaba satisfecho con lo que se le ponía delante y no pedía más.

Vida de San Antonio abad Primer Capitulo

ATANASIO, OBISPO, A LOS HERMANOS EN EL EXTRANJERO

Excelente es la rivalidad en la que ustedes han entrado con los monjes de Egipto, decididos como están a igualarlos o incluso a sobrepasarlo en su práctica de la vida ascética. De hecho ya hay celdas monacales en su tierra y el nombre de monje se ha establecido por sí mismo. Este propósito de ustedes es, en verdad, digno de alabanza, ¡y logren sus oraciones que Dios lo cumpla!

Ustedes me pidieron un relato sobre la vida de san Antonio: quisieran saber como llegó a la vida ascética, que fue antes de ello, como fue su muerte, y si lo que se dice de él es verdad. Piensan modelar sus vidas según el celo de su vida. Me alegro mucho de aceptar su petición, pues también saco yo provecho y ayuda del solo del solo recuerdo de Antonio, y presiento que también ustedes, después de haber oído su historia, no sólo van a admirar al hombre, sino que querrán emular su resolución en cuanto les sea posible. Realmente, para los monjes la vida de Antonio es modelo ideal de vida ascética.

Así, no desconfíen de los relatos que han recibido de otros de él, sino que estén seguro de que, al contrario, han oído muy poco todavía. En verdad, poco les han contado, cuando hay tanto que decir. Incluso yo mismo, con todo lo que les cuente por carta, les voy a transmitir sólo algunos de los recuerdos que tengo de él. Ustedes, por su parte, no dejen de preguntar a todos los viajeros que lleguen desde acá. Así, tal vez, con lo que cada uno cuente de lo que sepa, se tendrá un relato que aproximadamente le haga justicia.

Bien, cuando recibí su carta quise mandar a buscar a algunos monjes, en especial los que estuvieron unidos con él más estrechamente. Así yo habría aprendido detalles adicionales y podría haber enviado un relato completo. Por el tiempo de navegación ya pasó y el hombre del correo se está poniendo impaciente. Por eso me apresuro a escribir lo que yo mismo ya sé –porque lo vi con frecuencia–, y lo que pude aprender del que fue su compañero por un largo período y vertía agua de sus manos. Del comienzo al fin he considerado escrupulosamente la verdad: no quiero que nadie rehuse creer porque lo que haya oído le parezca excesivo, ni que mire en menos a hombre tan santo porque lo que haya sabido no le parezca suficiente.