
Muchos hemos podido escuchar en las últimas semanas
de voz del Papa Francisco la fuerte denuncia a las actitudes clericalistas de
algunos clérigos que “enferma a la iglesia”. Muchos en nuestras páginas
compartimos indignados la noticia y algunos más osados denunciaron que en sus
parroquias, diócesis o movimientos esto se ve fuertemente.
Es lamentable y triste ver esta realidad que está
lacerando profundamente la unidad eclesial que nos debe caracterizar y la cual
puede llegar ser más atrayente que miles de discursos bonitos y bien
elaborados. La iglesia ha venido sufriendo mucho a consecuencia de la
fragilidad de cada uno los que hacemos parte de esta familia, la culpa de esto
es que no somos capaces de vencer nuestro propio pecado y nos dejamos llevar
por los impulsos.
El clericalismo que se ha venido denunciando con
tanta fuerza no es culpa exclusiva de los “Curas clericalistas” sabias que tú y
yo también hemos tenido comportamientos egoístas y caprichosos con los cuales
hemos podido desvirtuar o destruir la imagen del Señor que ha querido insertarse
de una manera evangélica en nuestra sociedad.
Muchos laicos que operan activamente en nuestras
parroquias, movimientos apostólicos o grupos de oración ha venido descubriendo
en la iglesia a una familia quienes los acompañan a caminar hacia la santidad;
pero también han podido encontrar en dichos grupos personas que atrapados en su
deseo de aparecer o aparentar se convierten en verdugos de los carismas y dones
de los otros y encierran a la parroquia o al movimiento en una cárcel en donde
solo pueden actuar y pensar como el ¿esto es pastoral? ¿Esto es familia?
En otros preocupantes casos los sacerdotes, religiosos,
obispos no permiten que el laico tenga un protagonismo importante simplemente porque
no es un “consagrado” en algunos casos porque ya han tenido la lamentable experiencia
de algún problema o simplemente porque cree indigno a la persona ¡Esto sí que
lastima la unidad de la iglesia!
Francisco, el Papa, ya no lo advertía en evangelium
gaudium: “Dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas
guerras! En el barrio, en el puesto de trabajo, ¡cuántas guerras por envidias y
celos, también entre cristianos! La mundanidad espiritual lleva a algunos
cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su
búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Además, algunos
dejan de vivir una pertenencia cordial a la Iglesia por alimentar un espíritu
de «internas». Más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad,
pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial”
Esta dolorosa realidad debe interpelarnos a saber
buscar una unidad interna, sin caer en el juego del conflicto que es
proporcionado por el demonio quien busca dividirnos desde adentro para logra su
cometido.
La gracia de Cristo esta de
nuestra parte y nuestra misión y tarea es buscar en todo el servicio humilde y
desinteresado, en momentos recurrir al ocultamiento para que nadie sepa de
nuestras buenas acciones y logremos insertar esa misericordia de vida en
nuestras misiones o como nos diría francisco sobre estos desafíos: “Los
desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría,
la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!”
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