domingo, 18 de diciembre de 2016

LA SOLEDAD Y EL SILENCIO EN LA CIUDAD

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Es la 1:40 de la madrugada y acabo de llegar del paseo con mi perra, una labradora chocolate que no es para nada amable ni con los perros ni con los humanos a los que no les cae en gracia. Mientras caminábamos reflexionaba sobre mi vocación y el misterio que esta envuelve y en especial sobre el sentido que ella tiene para la humanidad.

Me generaba muchas preguntas cada una de ellas impresas por dudas o quizás temores, otras en cambio ansiosas y llenas de recuerdos de mi vida, de la personas a la que ame (carnalmente hablando) otras preguntas me referían a mis amigos, conocidos, personas con las que interactuó…

De repente y como si se tratara del momento más íntimo en el que me puedo encontrar, mi mente se silencia y mis ojos, oídos y podría decir tacto se agudizan y comienzo a insertarme en el silencio más profundo que nunca he estado, en medio de esta selva de cemento, comienzo a experimentar como cada palpitar de mi corazón se hace concierto con el ruido que viene de afuera, el frio que invade la ciudad a esta hora, la soledad de sus calles y el tierno aleteo de los murciélagos mientras devoran un palo de pomas que tiene mi vecino.

Mientras este tierno concierto de silencios se hace tierna armonía en mí, comienzo a ir lentamente redescubriendo la tierna llamada de un buen Dios que agudiza mis sentidos para hacerme experimentar su compañía y el deseo por el cual me condujo a la soledad.

Es impresionante ver como Dios nos habla en medio de la cotidianidad, en medio de nuestras acciones diarias, en momentos pasamos tan preocupados, ansiosos, distraídos que no podemos percibir esa tierna voz de Dios que nos habla en una flor, en la tierna caricia del novio a su enamorada, en el paso agitado del deportista, en la velocidad del carro, en la luz de una lámpara, en el sonido de la música del bar, en la mirada del pobre, del policía, en los saltos juguetones de los perros, en cada una de estas cosas podemos escuchar a ese Dios que nos llama día a día.

Vamos tan agitados, tan perturbados en nuestro diario vivir que prestamos más atención a esas ansiedades que encerramos en nosotros mismos que no descubrimos que quizás el Señor ya nos están dando las respuestas en medio de esta soledad que nos conduce al más tierno y profundo silencio en medio de nuestra ciudad.

Muchos huyen al campo, a las montañas para vivir el silencio contemplativo, yo por mi parte lo descubro aquí en medio de la bulla de la ciudad, en medio de los gritos, de los carros, de esta selva de cemento que nos enseña a valorar que no se trata de ir a buscar a Dios, se trata de que el ya nos encontró.

Termino esto a las 2:00 de la mañana y solo queda decirte querido amigo lector que vale la pena, sinceramente, adentrarnos en la soledad y el silencio que podemos encontrar en medio de la ciudad porque en ellos sí que nos interpela Dios con fuerza.

Amo al Señor, porque a pesar de mi pecado y debilidad, me ha regalado el misterio de esta vocación.

Alabados Sean Jesús y María
Hno. W.A.C.R.
Ermitaño 

2 comentarios:

  1. Sumamente interesante esta propuesta querido hermano, a nosotros los sacerdotes de la selva de concreto nos vendría bien conocer un poco más de tu historia

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    1. Padre paz! mi historia no tiene nada de novedoso! es tan solo adentrar en la vida de ocultamiento de Cristo y dejarnos interpelar por Él. Cristo es quien logra hacer las grandes proezas en la historia de hombre pecadores como lo soy yo.

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