
Cuando vivimos en medio de una sociedad que busca huir de sí misma, que no se deja interpelar con el silencio, que obstaculiza ese silencio con el ruido absorbente del pecado y de la maldad, es cuando Dios suscita hombres y mujeres que son verdaderos misterios para nuestra sociedad y son aquellos que renunciando a esas distracciones ensordecedoras cultivan en sus vidas un silencio sepulcral, pero este silencio no es vació, va acompañado por la más delicada presencia de un buen Dios que nos ama y nos educa.
El Ermitaño diocesano está llamado a unir su alabanza en medio del bullicio del mundo, está llamado a glorificar al Dios creador en medio de las Sirenas, de los gritos, de la música, de los carros... está llamado a hacer silencio por aquellos que no sabe silenciar sus vidas.
Para lograr este objetivo el Anacoreta tiene a su favor la fuerza de la oración y la gracia, que tiene que buscar y clamar siempre, es descubrir como en medio de tanto ruido habita la presencia del buen Dios, como en esos sonidos encontramos los gritos incesantes del mundo que claman: ¨Señor Jesús, hijo de Dios, ten piedad de nosotros¨
Estamos llamados a no permitir que nuestra plegaria y nuestra oración se vean perturbada por la bulla del exterior, sino que al momento de unirnos en alabanza al Señor de la vida ofrecerle en un acto puro de amor nuestra oración por la salvación del mundo.
En esto nos podemos pasar toda nuestra vida, siendo silencio por aquellos que no pueden serlo, por aquellos que les estorba el silencio, por aquellos que odian el silencio… al mismo tiempo marcar pautas y demostrar al mundo que es posible en medio de la ciudad escuchar en nuestro interior ese sutil y delicado susurro de Dios que nos habla de lo mucho que nos ama.
Hno. W.A.C.R.
Ermitaño
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