jueves, 19 de enero de 2017

Vida de San Antonio Sexto Capitulo

ANTONIO SE RECLUYE EN LOS SEPULCROS: LAS LUCHAS CON LOS
DEMONIOS

Así Antonio se dominó a sí mismo. Entonces decidió mudarse a
los sepulcros que se hallan a cierta distancia de la aldea. Pidió a uno de sus
familiares que le llevaran pan a largos intervalos. Entró entonces en una de
las tumbas, el mencionado hombre cerró la puerta tras él, y así quedó dentro
solo. Esto era más de lo que el enemigo podía soportar, pues en verdad temía
que ahora fuera a llenar también el desierto con la vida ascética. Así llegó
una noche con un gran número de demonios y lo azotó tan implacablemente que
quedó tirado en el suelo, sin habla por el dolor. Afirmaba que el dolor era tan
fuerte que los golpes no podían haber sido infligidos por ningún hombre como
para causar semejante tormento. Por la providencia de Dios, porque el Señor no
abandona a los que esperan en El, su pariente llegó al día siguiente trayéndole
pan. Cuando abrió la puerta y lo vio tirado en el suelo como muerto, lo levantó
y lo llevó hasta la Iglesia y lo depositó sobre el suelo. Muchos de sus
parientes y de la gente de la aldea se sentaron en torno a Antonio como para
velar su cadáver. Pero hacia la medianoche Antonio recobró el conocimiento y
despertó. Cuando vio que todos estaban dormidos y sólo su amigo estaba
despierto, le hizo señas para que se acercara y le pidió que lo levantara y lo
llevara de nuevo a los sepulcros, sin despertar a nadie.

El hombre lo llevó de vuelta, la puerta fue trancada como
antes y de nuevo que solo dentro. Por los golpes recibidos estaba demasiado
débil como para mantenerse en pie; entonces oraba tendido en el suelo.
Terminada su oración, gritó: "Aquí estoy yo, Antonio, que no me he
acobardado con tus golpes, y aunque mas me des, nada me separar del amor a
Cristo" (Rm 8,35). Entonces comenzó a cantar: "Si un ejército acampa
contra mí, mi corazón no tiembla" (Sal.26,3).

Tales eran los pensamientos y las palabras del asceta, pero
el que odia el bien, el enemigo, asombrado de que después de todos los golpes
todavía tuviera valor de volver, llamó a sus perros, y arrebatado de rabia
dijo: "Ustedes ven que no hemos podido detener a este tipo con el espíritu
de fornicación ni con los golpes; al contrario llega a desafiarnos. Vamos a
proceder con él de otro modo".

La función del malhechor no es difícil para el demonio. Esa
noche, por eso, hicieron tal estrépito que el lugar parecía sacudido por un
terremoto. Era como si los demonios se abrieran paso por las cuatro paredes del
recinto, reventando a través de ellas en forma de bestia y reptiles. De repente
todo el lugar se llenó de imágenes fantasmagóricas de leones, osos, leopardos,
toros, serpientes, áspides, escorpiones y lobos; cada uno se movía según el
ejemplar que había asumido. El león rugía, listo para saltar sobre él; el toro
ya casi lo atravesaba con sus cuernos; la serpiente se retorcía sin alcanzarlo
completamente; el lobo lo acometía de frente; y el griterío armado
simultáneamente por todas estas apariciones era espantoso, y la furia que
mostraba era feroz.

Antonio, remecido y punzado por ellos, sentía aumentar el
dolor en su cuerpo; sin embargo yacía sin miedo y con su espíritu vigilante.
Gemía es verdad, por el dolor que atormentaba su cuerpo, pero su mente era
dueña de la situación, y, como para burlarse de ellos, decía: si tuvieran poder
sobre mí, hubiera bastado que viniera uno solo de ustedes; pero el Señor les
quitó su fuerza, y por eso están tratando de hacerme perder el juicio con su
número; es señal de su debilidad que tengan que imitar a las bestias". De
nuevo tuvo la valentía de decirles: "Si es que pueden, seis que han recibido
el poder sobre mí, no se demoren, ¡vengan al ataque!. Y si nada pueden, ¿para
qué forzarse tanto sin ningún fin? Por que la fe en nuestro Señor es sello para
nosotros y muro de salvación". Así, después de haber intentado muchas
argucias, rechinaron su dientes contra él, porque eran ellos los que se estaban
volviendo locos y no él.

De nuevo el Señor no se olvidó de Antonio en su lucha, sino
que vino a ayudarlo. Pues cuando miró hacia arriba, vio como si el techo se
abriera y un rayo de luz bajara hacia él. Los demonios se habían ido de
repente, el dolor de su cuerpo cesó y el edificio estaba restaurado como antes.
Antonio, habiendo notado que la ayuda había llegado, respiró más libremente y
se sintió aliviado en sus dolores. Y preguntó a la visión: "¿Dónde estaba
tú? ¿Por qué no apareciste al comienzo para detener mis dolores?"

Y una voz le habló: "Antonio, yo estaba aquí, pero
esperaba verte en acción. Y ahora que haz aguantado sin rendirte, seré siempre
tu ayuda y te haré famoso en todas partes."

Oyendo esto, se levantó y oró; y fue tan fortalecido que
sintió su cuerpo más vigoroso que antes. Tenía por aquel tiempo unos treinta y
cinco años edad. 

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