jueves, 12 de enero de 2017

Vida de San Antonio Abad Quinto Capitulo

ANTONIO AUMENTA SU AUSTERIDAD

Esta fue la primera victoria de Antonio sobre el demonio;
más bien, digamos que este singular éxito de Antonio fue el del Salvador, que
condenó el pecado en la carne, a fin de que la justificación de la ley se cumpliera
en nosotros, que vivimos no según la carne sino según el espíritu (Rm 8,3-4).
Pero Antonio no se descuidó ni se creyó garantido por sí mismo por el hecho de
que el demonio hubiera sido echado a sus pies; tampoco el enemigo, aunque
vencido en el combate, dejó de estar al acecho de él. Andaba dando vueltas
alrededor, como un león (1 P 5,8), buscando una ocasión en su contra. Pero
Antonio habiendo aprendido en las Escrituras que los engaños del maligno son
diversos (Ef 6,11), practicó seriamente la vida ascética, teniendo en cuenta
que aun si no se podía seducir su corazón con el placer del cuerpo, trataría
ciertamente de engañarlo por algún otro método, porque el amor del demonio es
el pecado. Resolvió por eso, acostumbrarse a un modo mas austero de vida.
Mortificó su cuerpo más y más, y lo puso bajo la sujeción, no fuera que
habiendo vencido en una ocasión, perdiera en otra (1 Co 9,27). Muchos se
maravillaron de sus austeridades, pero él mismo las soportaba con facilidad. El
celo que había penetrado en su alma por tanto tiempo, se transformó por la
costumbre segunda naturaleza, de modo que aun la menor inspiración recibida de
otros lo hacía responder con gran entusiasmo. Por ejemplo, observaba las
vigilias nocturnas con tal determinación que a menudo pasaba toda la noche sin
dormir, y eso no sólo una sino muchas veces, para admiración de todos. Así
también comía una sola vez al día, después de la caída del sol; a veces cada
dos días, y con frecuencia tomaba su alimento cada dos días. Su alimentación consistía
en pan y sal; como bebida tomaba solo agua. No necesitamos mencionar carne o
vino, porque tales cosas tampoco se encuentran entre los demás ascetas. Se
contentaba con dormir sobre una estera, aunque lo hacía regularmente sobre el
suelo desnudo.

Despreciaba el uso de ungüentos para el cutis, diciendo que
los jóvenes debían practicar la vida ascética con seriedad y no andar buscando
cosas que ablandan el cuerpo; debían mas bien acostumbrarse a trabajar duro,
tomando en cuenta las palabras del apóstol: Cuando mas débil soy, mas fuerte me
siento (2 Co 12,10). Decía que las energías del alma aumentan cuanto más
débiles son los deseos del cuerpo.

Estaba además absolutamente convencido de lo siguiente:
pensaba que apreciaría su progreso en la virtud y su consecuente apartamiento
del mundo no por el tiempo pasado en ello sino por su apego y dedicación.
Conforme a esto, no se preocupaba del paso del tiempo sino que cada día a día,
como si recién estuviera comenzando la vida ascética, hacía los mayores esfuerzos
hacia la perfección. Gustaba repetirse a si mismo las palabras de san Pablo:
Olvidarme de lo que queda atrás y esforzarme por lo que está delante (Flp
3,13), recordando también la voz del profeta Elías: Vive el Señor, en cuya
presencia estoy este día (1 Re 17,1; 18,15). Observaba que al decir este día,
no estaba contando el tiempo que había pasado, sino que, como comenzando de
nuevo, trabajando duro cada día para hacer de sí mismo alguien que pudiera
aparecer delante de Dios: puro de corazón y dispuesto a seguir Su voluntad. Y
acostumbraba a decir que la vida llevada por el gran profeta Elías debía ser
para el asceta como un gran espejo en el cual poder mirar siempre la propia
vida.

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