jueves, 19 de enero de 2017

Vida de San Antonio Noveno Capitulo

CONFERENCIA DE ANTONIO A LOS MONJES SOBRE EL DISCERNIMIENTO
DE ESPIRÍTUS Y EXHORTACIÓN A LA VIRTUD (16-43)

Un día en que él salió, vinieron todos los monjes y le
pidieron una conferencia. El les habló en lengua copta como sigue:

"Las Escrituras bastan realmente para nuestra
instrucción. Sin embargo, es bueno para nosotros alentarnos unos a otros en la
fe y usar de la palabra para estimularnos. Sean, por eso, como niños y
tráiganle a su padre lo que sepan y díganselo, tal como yo, siendo el mas
antiguo, comparto con ustedes mi conocimiento y mi experiencia.

Para comenzar, tengamos todos el mismo celo, para no
renunciar a lo que hemos comenzado, para no perder el ánimo, para no decir:
"Hemos pasado demasiado tiempo en esta vida ascética". No, comenzando
de nuevo cada día, aumentemos nuestro celo. Toda la vida del hombre es muy
breve comparada con el tiempo que a de venir, de modo que todo nuestro tiempo
es nada comparada con la vida eterna. En el mundo, todo se vende; y cada cosa
se comercia según su valor por algo equivalente; pero la promesa de la vida
eterna puede comprarse con muy poco. La Escritura dice: "Aunque uno viva
setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga
inútil" (Sal 89,10). Si, pues, todos vivimos ochenta años o incluso cien,
en la práctica de la vida ascética, no vamos a reinar el mismo período de cien
años, sino que en vez de los cien reinaremos para siempre. Y aunque nuestro
esfuerzo es en la tierra, no recibiremos nuestra herencia en la tierra sino lo
que se nos ha prometido en el cielo. Más, aún, vamos a abandonar nuestro cuerpo
corruptible y a recibirlo incorruptible (1 Co 15,42).

Así, hijitos, no nos cansemos ni pensemos que estamos
afanándonos mucho tiempo o que estamos haciendo algo grande. Pues los
sufrimientos de la vida presente no pueden compararse con la gloria separada
que nos ser revelada (Rm 8,18). No miremos hacia a través, hacia el mundo, que
hemos renunciado a grandes cosas. Pues incluso todo el mundo, y no creamos que
es muy trivial comparado con el cielo. Aunque fuéramos dueños de toda la tierra
y renunciaremos a toda la tierra, nada sería comparado con el reino de los
cielos. Tal como una persona despreciaría una moneda de cobre para ganar cien
monedas de oro, así es que el dueño de la tierra y renuncia a ella, da
realmente poco y recibe cien veces más (Mt 19,29). Pues, ni siquiera, toda la
tierra equivale el valor del cielo, ciertamente el que entrega una poca tierra
no debe jactarse ni apenarse; lo que abandona es prácticamente nada, aunque sea
un hogar o una suma considerable de dinero de lo que se separa.

"Debemos además tener en cuenta que si no dejamos estas
cosas por el amor a la virtud, después tendremos que abandonarlas de todos
modos y a menudo también, como nos recuerda el Eclesiastés" (2,18; 4,8;
6,2), a personas a las que no hubiéramos querido dejarlas. Entonces, ¿por qué
no hacer de la necesidad virtud y entregarlas de modo que podamos heredar un
reino por añadidura? Por eso, ninguno de nosotros tenga ni siquiera el deseo de
poseer riquezas. ¿De qué nos sirve poseer lo que no podemos llevar con
nosotros? ¿Por qué no poseer mas bien aquellas cosas que podamos llevar con
nosotros: prudencia, justicia, templanza, fortaleza, entendimiento, caridad,
amor a los pobres, fe en Cristo, humildad, hospitalidad? Una vez que las
poseamos, hallaremos que ellas van delante de nosotros, preparándonos la
bienvenida en la tierra de los mansos. (Lc 16,9; Mt 5,4)

No hay comentarios:

Publicar un comentario