jueves, 19 de enero de 2017

Vida de San Antonio Octavo Capitulo

2ª Parte
ANTONIO ABANDONA SU SOLEDAD Y SE CONVIERTE EN PADRE
ESPIRITUAL

Así pasó casi veinte años practicando solo la vida ascética,
no saliendo nunca y siendo raramente visto por otros. Después de esto, como
había muchos que ansiaban y aspiraban imitar su santa vida, y algunos de sus
amigos vinieron y forzaron la puerta echándolas abajo, Antonio salió como de un
santuario, como un iniciado en los sagrados misterios y lleno del Espíritu de
Dios. Fue la primera vez que se mostró fuera del fortín a los que vinieron
hacia él. Cuando lo vieron, estaban asombrados al comprobar que su cuerpo
guardaba su antigua apariencia: no estaba ni obeso por falta de ejercicio ni
macilento por sus ayunos y luchas con los demonios: era el mismo hombre que
habían conocido antes de su retiro.

El estado de su alma era puro, pues no estaba ni encogido
por la aflicción, ni disipado por la alegría, ni penetrado por la diversión o
el desaliento. No se desconcertó cuando vio la multitud ni se enorgulleció al
ver a tantos que lo recibían. Se tenía completamente bajo control, como hombre
guiado por la razón y con gran equilibrio de carácter.

Por él sanó a muchos de los presentes que tenían
enfermedades corporales y liberó a otros de espíritus impuros. Concedió también
a Antonio el encanto en el hablar; y así confortó a muchos en sus penas y
reconcilió a otros que se peleaban. Exhortó a todos a no preferir nada en este
mundo al amor de Cristo. Y cuando en su discurso los exhortó a recordar los
bienes venideros y la bondad mostrada a nosotros por Dios, "que no perdonó
a su Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros (Rm 8,32), indujo a muchos a
abrazar la vida monástica. Y así aparecieron celdas monacales en la montaña y
el desierto se pobló de monjes que abandonaban a los suyos y se inscribían para
ser ciudadanos del cielo (Hb 3,20; 12,23).

Una vez tuvo necesidad de cruzar el canal de Arsinoé –la
ocasión fue para una visita a los hermanos–; el canal estaba lleno de
cocodrilos. Simplemente oró, se metió con todo sus compañeros, y pasó al otro
lado sin ser tocado. De vuelta a su celda, se aplicó con todo celo a sus santos
y vigorosos ejercicios. Por medio de constantes conferencias encendía el ardor
de los que ya eran monjes e incitaba a muchos otros al amor de la vida
ascética; y pronto, en la medida en que su mensaje arrastraba a hombres a
través de él, el número de celdas monacales se multiplicaba y para todos era
como un padre y guía.


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